El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 3, No. 112, Ed. 1 Saturday, April 4, 1891 Page: 2 of 4
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5|II8P$F
Nueva Oficio*.
esta fecha avisamos á nuestros susoritoros, asi como al público en
*1, que bomos abierto en la misma casa de la Imprenta una Oficina
ide se podrán dirijir cuan Jo deseen oomprar cualquier clase de mercan
nosotros nos encargaremos de comprarlas con las mayoros ventajas para
ühante y remitirlas por correo, expreso, ó flete, las que por su peso ó
jen no se deban onviar de otra manera.
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enviaromos al recibo de su importe.
Condición invariable: No atenderemos ningún pedido que no venga acont
ídodol valor necesario para comprarlo, pnes al hacer esto nosotros, sool
jmos demostrar & los comerciantes de esta Ciudad, que nuestro penódi
Circula, y cuando se hayan convencido de ello, obtener sus avisos, por esos
que ofrecemos gratis nuestros servicios en ese sentido.
' —
I manuei jü. de la Garza.
* MHICO. CIRUJANO Y PARTERO *
— de la>—
Escuela Nacional dk Medicina de México.
Tiene su oficina en la calle de Buenavista núin. 51 <>, junto ií la
de Don Isidoro Florea.
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San Antonio Texas.
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|$ rceÍ08 muy reducidos.
Especialidad en obras do medida.
ALEJANDRO DUMAS.
EL
Conde de montecristo.
VERSION LIIiltK AL CASTELLANO
—:J:o:J:-
,—g Queréis saber inás detalles ?
prosigió el reo—pues os los
contaré. Nací en un primer piso
de la casa número 28 de la calle
de La Fontaine, entina habitación
colgada de damasco encarnado.
Mi padre ine tomó en los brazos,
diciendo á mi madre que estaba
muerto: me envolvió en un lien-
zo marcado con las iniciales II. y
N. y me llevó al jardín donde
me enterró vivo.
Los asistentes se asombraron
cuando vieron crecer la seguridad
del acusado con el espanto de
Villefort.
—s} Y vuestra madre?
hijo que encontró cuando menos
podía imaginarlo, y que le hacía
expiar de una manera tan horri-
ble todas sus culpas, sólo una es-
peranza le quedaba: la de que
viviera aún su esposa.
—Ella no es criminal—se de-
cía;—yo, yo soy el que la he isn-
pirado el críme n. Es necesario
que viva, es mi única esperanza.
Al entrar en su cuarto
la halló tendida en el suelo.
¡'
—¡Y mi hijo, y mi hijo!—ex-
clamó Villefort fuera de sí.
Le buscó por toda la casa y no
le halló; volvió después á la es-
tancia de su esposa y descubrió
á Eduardo acostado en un sofá.
—Eduardo, Eduardo!—balbu
ceó.
El niño no respondió. Le co-
gió en sus brazos, unió sus labios
lívidos á sus mejillas y las halló
heladas. El niño estaba muerto.
En el mismo canapé había un
papel; estaba escrito por Mad. de
Villefort. Le cogió y leyó lo
seguiente:—uVos sabréis ¿i era
buena madre, puesto que por mi
Mi madre me creía muerto
y no fué culpable; no he querido' hijo me he hecho criminal; una
buena madre, no se va del inun-
do sin mu hijo."
Villefort no podía creerlo que
veían mis ojos.
m
7
@1. Ñ. ©arctu,
JOYERO Y RELOJERO.
nunca saber su nombre ni la co-
nozco.
—¡ Las pruebas, la* pruebas de
esa calumnia!—dijo el prrsiden-
te.
—xLas pruebas!—contestó el
reo sonriendose;—mirad á Mi.
Villefort, y eso basta.
\oH miradas se
Todas
lijaron
1 en el Procurador del Iley.
Ofrece Mis servicios ai público, garantizando satist'ac
ci >n en la c impostura de relojes finos y corrientes.
En el RMN¡0 DE JOYERIA puede hacer tedo lo mío. ¿Queréis que las di*?—dijo
que se desee a precios modivos
NÚM. ti CALLE L Alt EDO, al Sur. San Antonio, Tex
B'
Eí ~
PANADERIA 7 ABARROTES.
,Me piden pruebas, padre
Bcuedetto dirigiéndose á él.
balbuceó Villefort;
MOTEL.
C. PORFIRIO DIAZ.
,— No, no
—es inútil.
—¡Como inútil!—exclamo el
presidente.
—En vano intentaría sustraerme
al golpe mortal que me aterra^—
añadió el Procurador del Key;-—
¡estoy entre las manos de un Di-
os vengador! No hay nececidad
Kn wto Acreditado establecimiento w t-labocsncon el mayor esmero y limpieza, lus mejores de pruebas; todo lo que este jo-
|harinus ile este nieread-y. y m- «lú itrus.t ó muw.r cantidad ilc pan por .1 inUmo pr.-<i.> (|iu- en ^ C1 íellO es la Verdad,
otm* panaderías. I
pjlUrtido general de provUimies 6 precios bnjos: fácilmente se Comprenderá el
Xum 206 Calle Pocos úl 'SiTr. .... SAN ANTONIO, TEXAS afecto que produciría en el (¿dito
¡rio y en los magistrados aquella
! declaración.
Villefort desapareció y llegóá su
casa delirante.
Antes de salir de ella había te
nido una ecena con su esposa.
Quería Mal , de Villefort asistir
á la vista de la causa, estaba
preparada, cuondo se presentó su
marido en su habitación.
—Señora—le dijo—tengo la
seguridad de que la mano oculta
que ha arrebatado la vida á cua-
tro personas en mi misma casa
sois vos. No habléis una sola pa-
labra; si á mi vuelta no habéis
tomado el mismo veneno (pieos
ha servido para hacer esas cuatro
víctimas, yo, representante de la
ley, os denunciaré á la justicia y
es llevaré al cadalso.
Cuantas explicaciones quiso
dar aquella mujer anonadada fue
ron iuútiles. Inexorable el magis
trado, se separó de ella repitién-
dola:
—Espero que á vuelta habréis
borrado toda sospecha perecien-
do como los demás.
Cuando regresaba á su casa ba-
jo el peso de laacusQcóinde aquel
KjESA txpism y BUEN P¡E
ALEJANDRO CANALES, propietario.
VENDEMOS EL NUEVO
Diccionario de la lengua Castellana.
POR ROQUE BARCIA
Undécima edición dispuesta con arreglo & la intima déla Academia y
(mentada con más de 2o,ooo voces usuales de ciencias, artes y ofieios, y
l,ooo á que la Espartóla acaba de dar carta de naturaleza en el idioma
rm
'é/ifi f/e
:1 mejor método con pronunciación figurada para aprender el idioma in-
J glés, sin maestro—Está ¿ la venta en ésta imprenta,
fe —
VENDEMOS
Los libros siguientos:
HE DE
:o y malditas seai) las Mujeres,
—¡ Dios!—murmuró—¡siempre
Dios!
Aquellas dos víctimas le espan
taban; sintió en sí el horror de
aquella soledad que le rodeaba,
ocupada solamente por dos cadá-
veres. Acto continuo fué á la
habitación de su padre. Allí en-
contró al anciano, y á su lado
muy tranquilo al abate Bussoni.
—¡ Vos aquí!/—exclamó—Pe-
ro no os presentáis á mí más que
para escoltar la muerte?
—Tengo que deciros—contes.
tó el aln|te—que me habéis paga
do suficientemente vuestra deuda,
y que desde este momento voy á
rogar á Dios que se contente co-
mo yo.
—¡Í5sa voz no es la del abate
Bussoni!
—No—contestó éste. Y qui-
tándose su falsa tonsura, sacudió
la cabeza, y sus largos cabellos
negros cayeron sobre ella, rodean
do su varonil semblante.
—¡El Conde de Montecristo!
exclamó villefort fuera de sí
—No, señor Procurador dej
Rey; mirad mejor, y más Jejos.
—¡Esa voz, esa voz! Dónde
la oí por la primera vez?
—En Marsella, hace veinti-
trés años; el día de vuestro ma-
trimonio con la señorita de Sait
Merán. Registrad vuestra me-
moria-.
—No sois el abate Bussoni; no
sois Montecristo, pero sois tan ene
migo mío, implacable, mortal.
¿Qué os he hecho, responded,
qué os he hecho i
—Me condenasteis á una muer
te lenta y horrorosa; matasteis á
mi padre; me robasteis mi amor
con la libertad, y la f9rtuna con
el amor.
—I Dios mío ! ¿Quién sois,
quién sois?
—Soy el espectro de un des-
graciado que sepultasteis en los
calabozos del castillo de If; á ese
espectro. Dios ha presto la más-
cara de Conde de Monteé*!
y le ha cubierto de oro y do
mantés para que no le reeón
rais.
/—Ah, si!—exc 'amó Villefoftj
—Tú eres....
—Soy Edm undo Dantés.
—¡Edmundo Dantés! Y la
zó una carcajada estrideute, pre
sipitandose por las escaleras.
Bajó al jardín, y eojieiido un
azada comenzó d cabar la tierr
—¡No es aquíI~Mleeía-'-no e
aquí—y á cada instante lanzabj
de nuevo aquella carcajada. E
Procurador del Rey, bajo el
de tantas desgracias, se había!
vuelto loco: la Providencia había!
castigado al culpable.
—¡Bastaya. Dios mío!—excla
mó el Conde de Montecristo;
tu justicia debe estar satisfecha
Inmediatamente se fuéá su pji
lacio; dió una orden secreta
Bertuccio relacionada con Mr.
Noirtier; encargó á otro de su !
criados que estuviera presto e
Marsella el 4 de Octubre el
por Eurus, y salió de París. Efcj
día anterior había partido Hay-
dée, acompañada de Alí.
Montecristo le había dado ins-
trucciones para que sus planes
pudieran realizarse con toda la
exactitud necesaria.
La joven griega se separaba
do él con pena; pero podía ayu|
darle á realizar un propósito nol
ble y generoso, y esto la conso-
laba.
CAPÍTULO XIV.
¡Confiar y kspkkaii!
Edmundo Dant - ile^ó á Mar-
sella en el momento en que una
pobre mujer se despedís de'stt hi
jo <[iie, en un vapor, se dirigía
al Africa. i
Era Mercedes.
Desde el puerto se encaminó á
su casa de la avenida de Meillan,
y Edmundo la siguió.
Poco después entró en la habi-
tación.
Mercedes levantó la cabeza y
dió un grito de 'espauto al verle.
—Señora-Mlijo el Conde de
Montecristo-Mío está en mi po-
der el traeros la ventura, pero os
ofrezco un cousuelo; ¿os digna-
réis aceptarlo como de un amigo t-
—Soy, en efecto, bien desgra-
ciada-^-respoudió Mercedes-so-
la en el mundo... .110 tenía tmis
que un hijo, y me ha dejado.
—Ha hecho bien, señora—re-
plicó el Conde—y tiene 1111 noble
corazón. Ha comprendido que
todo hombre debe un tributo A
la patria; unos su talento, o trocí
su industria, éstos sus vigilias,]
aquéllos su sangre. Quedando;
ÍHIM VOft llIlhlPrA pniwimifdák lilla
con vos hubiera consumido una
vida inútil; no se hubiera podi-
do acostumbrar á vuestro* doJ<
res; se hubiera hecho ocioso p
indolencia; se hará gi-ámie y fi
te luchando contra su adv<
dad, que cambiará en foi
Dejadle reconstruir vuastro
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Cruz, Pablo. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 3, No. 112, Ed. 1 Saturday, April 4, 1891, newspaper, April 4, 1891; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192911/m1/2/?rotate=270: accessed May 21, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.