El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 85, Ed. 1 Saturday, September 13, 1890 Page: 2 of 4
four pages : ill. ; page 24 x 17 in. Digitized from 35 mm. microfilm.View a full description of this newspaper.
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V,
í .
-¡Tu vuelta dijo Mauricio a-
sombrado.
Habían sufrido tanto que pa-
recían llegados á ese grado de la
desesperación en que hay una
insensibilidad, una indiferencia
marcada á todo lo que se oye,
heroísmo feroz que es la exaspe-
ración de la sensibilidad. Por
eso Mauricio escuchaba y uada
decía;sólo la interrumpió cuando
la mujer habló de haberse ausen-
tado, y dijo:
-¿Átu vuelta?
vSí; recordarás que hace un
año nos quedaba una suma de
doscientos francos, que acababas
de ganar por el exáuien de unos
t-abajos de tu competencia; re-
cordarás que te los pedí. ' •
:Sí.
-Te dije que quería ver á mi
hija Emma, abrazarla á todo tran
ce, y me „diste aquel dinero sin
proferir una frase, sin una obser-
vación ....
kT6 lo querías....
¡Y eso te bastaba! Bien lo
sé; querías acompañarme á París,
y yo me opuse ¡Ah! si aque-
llos últimos recursos los hubiera
gastado por satisfacer un capri-
cho, y no una expansión mater-
nal, hubiera sido un crimen, luí-
biera sidfc sacrificar tu sublime
abnegación....
¿Qué intentaluiH, pues, An-
drea?
¡Sacrificarme y salvarte! No
era mi deseo ver á mi hija, aun-
que pienso en ello tod<>8 los dias,
& abrazar á tu misma hija que
ha venido al mundo desheredada,
á participar de nuestra miseria,
semejante á la flor silvestre que
brota en la desnuda roca. No,
Mauricio; no era por eso por lo
que yo iba á París á gastar un
dinero con el que hubiéramos po-
dido vivir tres ó cuatro meses...
por Emma, mi primera hija, co-
mo por Inés, mi seguuda, daría
mi vida, pero haría correr m a
de tus lágrimas, no te impondría
una privación.
¿Que fuiste, pues, á hacei á
hacer á París?
Y^ te lo he dicho, á tratar
de salvarte: fui á ver al señor
Dalifroy á mi marido.
XLIV.
—¡Tu marido! dijo Mauricio
con acento enérgico. ¡Oh, An-
drea!
■No me acuses, no me juz
gues antes de haberme escuchado.
-Tienes rason: tus propósitos
no podían ser más que nobles;
ht-bla. i* •
-Llegué á París y jamás he
sufrido tanto: era peor que el
suicidio lo que iba á intentar, y
además por ves primera te había
mentido, tenía un secreto para tí
y hasta iba á intentar algo que
e apariencia parecía en contra
creer que yo era
débil,
col
nos no ser estimada por tí.. .pe
ro «ra preciso salvarte,devolverte
la existencia que habías perdido,
o habría sacrificio que me de*
era. jTe acuerda con qué
ra al separarse* te dije:
Hasta la vuelta!
t-8Í, sí. - '
r--Pues «arqjje creía no volver-
te a ver.
—¡Andrea!
—Escucha hasta el fin. Al
llegar á París comprendí lo defí-
cil de mi empresa: quería ver á
mi marido sin que nadie me viese
entrar eu su casa, y quería verle
de improviso, sin que él tuviera
tiempo para prevenirse, y sobre
todo di? consultar.. .á esa mujer,
á Athenais. En lugar, pues, de
dirigirme á su casa, me fui á la
plaza de los Vosgos, donde supo-
nía que Margarita llevaría la ni-
ña todos los dias Aguardé
dos en vano, y al tercero vi apa-
recer á Margarita con mi hija en
los brazos.
Andrea se detuvo vencida por
la emocion.
¡Valor! le dijo dulcemente
Mauricio oprimiendo su mano
bailada en sudor, á pesar de lo
frío de la estancia.
—Bien sabes, continuó la jó-
ven, que Margarita me profesa
un afecto sincero, y que al reco-
mendarle nii hija al partir, su co-
razon me respoudió por sus ojos.
Comprendía además en su mirada
que había adivinado parte de la
verdad; sabía que odiaba á la se-
ñ >ra Sé veri u, que le era repulsiv o
el señor Dalifroy, y todo esto me
hacía esperar encontrar en ella
una cómplice segura. Sin em-
bargo, todo esto se me olvidó
cuando vi á mi hija: estaba tan
cambiada, tan hermosa seis
meses son un siglo para un niño.
No me reconoció; pero Margarita
me reconoció á primera vista y no
pareció sorprendida. ¡Oh, seño-
ra! me dijo poniendo la niña en
mis brazos; bien sabía yo que
volveríais. Cubrí á Emma de
besos delirantes... .lo había ol-
vidado todo, aun á tí; y mi as-
pecto era de tal manera exaltado,
que las gentes que pasaban se
quedaban mirando. Venid, se-
ñora, me dijo Margarita, y me
condujo á una tienda próxima,
donde pidió no sé qué de com<r
en un gabinete reservado* y nos
encerramos las dos. No te con-
taré todo lo que hablamos; los
sucesos de mi vida se han preci-
pitado tanto de algún tiempo á
esta parte, que se me escapan
muchos detalles: en suma, te diré
que Margarita lo sabía todo ¡des-
de el primer dia de entrada en
mi casa había adivinado los lazos
que existían entre Athenais y el
señor Dalifroy, y cuando nació
nuestro amor, que creíamos tan
escondido, le sorprendió también:
mi partida acabó de decirle todo
lo demás. Es un corazón admi-
rable el de esa pobre mujer} me
dijo que había sorprendido des-
pués de mi partida mil infamias
entre mi marido y su amada;con-
firmó mis sospechas, diciéndome
que ella había sido laque nos ha-
bía delatado, y añadió: ¡Es una
Y en cuanto á vuestro
duro, sin
es un
salido de la casa si no hubiera
rado velar por la ñifla. Y
no temáis, yo cumpliré mi
P684'
% /—¡Honrada mujer! dijo
rfeio.
Andrea enjugó una lágrima y
prosiguió:
—Entonces se lo dije, ftxlo.
I Qué tenía ya que ocultarle ? La
expuse nuestra situación, solí
su concurso para llegar hasta el
señor Dalifroy sin que nadie me
viera.... La pobre mujer lloraba
escuchándome... .yo tenía la ni-
ña sobre niis rodillas, la estrecha-,
ba sobre mi corazon, y á cada
instante besaba su pequeña boca
.. .sin conocerme se dirigía á mír
me sonreía.... Me pareció que
aquella sonrisa dulce, aquella mi-
rada inocente, me daría la dicha
... .¡Oh! perdón,Mauricio. Esto
es falso, no era la dicha lo que
iba á buscar, sino la más humi-
llante de las desgracias. Cuan-
do acabé de hablar, Margarita
rae dijo; Lo que pretendeis no
será fácil sin que vuestro esposo
me arroje de la casa, porque si
sabe que os he fisto, que os he
introducido en la <£sa,nome ten-
dría á su lkde tfi un momento más.
Eso no, le dije, es preciso que te
quedes. Y después de meditarlo
mucho, convenimos eu que por
la noche, á la hora en que el se-
ñor Dalifroy pe retirabaA su des-
pachó para trabajar, Margarita
saldría pretextando una necesidad
de la niña, á la que dejaría acos-
tada; saldría un momento, yo a-
guardaría en la calle, me desliza-
ría* tras de ella ,en el portal, y
mientras entretenía al pfottero,yo
ganaría la escalera. Yo conocía
bien la casa... el resto era cuenta
mía.
XLV.
Andrea había palidecido y su
voz temblaba. Ante la mirada
intefrogadora de Mauricio, bajó
los ojos.
—¿Por qué no me miras? pre-
guntó dulcemente.
-^Es verdad, dijo Andrea vol-
viendo á clavar en él sus hermo-
sos ojos negros. ¿ Por qué no he
de tener el valor de decirte fren-
te á frente á tí, que eres mi segun-
da conciencia; lo que tuve el va-
lor de hacer?
—j Andrea, yo puedo oirlo to-
do, menos que hayas cesado de
amarme un minuto, uno solo, co-
mo yo te amo! Y aun así no
creo que te maldeciría, moriría
solamente.
—Pues vfis á ver oui^tto te a-
maba, cuándo te amo ato), porque
era necesario todo mi amor para
tener el valor que tuve. Escucha.
Recogióse un minuto y prosi-
guió:
—Cuando Margarita me intro-
dujo, como acabo de explicarte,
subí la escalera rápidamente sin
hacer ruido,y llegué hasta el des-
pacho de mi marido sin ser vista
de nadie: allí me detuve para
calmar mi agitación, porque la
palpitación del cerason me
gaba. Después me indiné
escuchar, y vi lus oí mo
nos pables, y no me quedó
de que mi marido estaba allí. 1
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abrí la puerta, levantó la ea
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Pablo Cruz Y Cia. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 85, Ed. 1 Saturday, September 13, 1890, newspaper, September 13, 1890; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192893/m1/2/: accessed May 6, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.