El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 76, Ed. 1 Saturday, July 12, 1890 Page: 2 of 4
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LA
Hiia del amante.
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Artiiur A. Matthby,"
La más leve frase, 1í h más pe-
queños detalles, natía escapaba á
su mirada y á su oído.
Había algo en ella semejante á
la visión del sueño magnético.
Athenais se había sentado so-
bre su amante y sus labios se ha-
bían unido.
Aquella posicion duró largo
tiempo, después del cual Athe-
nais se levantó soltándose de los
brazos de Dalifroy, quedándose
en pié dclaute de éste, que tenía
la cara encendida, los ojos chis-
peantes, la respiración anhelante
hasta el punto de habease podido
contar los latidos de su corazón.
\Ni el uno ni el otro hablaban.
Entonces tranquilamente y con
una sonrisa de triunfo y un movi-
miento maquinal, Athenais se
desabrochó la bata y la arrojó le-
jos.
Dalifroy la miraba sin pesta-
ñear
Poco á poco las piernas An-
drea se doblaron, su cuerpo se in-
clinó hacia atrás y cayó sentada
en el suelo, quedándose inmóvil
y muda.
Lo que parecía desmayo era
más bien el tétano.
XXXI
Cuando volvió en sí, Andrea
estaba en un lecho.
Al principio no compivudió
londe estaba.
Miró en torno suyo con mirada
estúpida, y no sufría, n<>.
Su cabeza era «le plomo, y le
parecía que no podría volverá
levantarla.
Este estado no se prolongó.
La visión volvió clara, eviden-
te.
Aunque la habitación estaba
oscura, jR>rque habían dejado
caer las cortinas, la reconoció.
Era la suya.
Era su lecho.
Andrea estaba en su casa.
Esto le pareció extraordinario;
aunque todavía conturbada su
mente no se explicaba su propio
asombro.
Su instinto le decía que había
pasado algo extraño, y á medida
que la vida volvía á ella, experi-
mentaba en todo su cuerpo sensa-
ciones como de quemaduras, mien-
tras el resto de él permanecía he-
lado.
En las extremidades había al-
go del calambre que produce una
mala postura por falta de circula-
ción en la sangre;^ su extrema-
do cansancio le hacía encontrar
misterioso enci nlo en aquel esta-
do intermediario entre la vida y
la muerte
*
Después de reconocer su cuar-
to, volvió á cerrar los ojos y per-
maneció inmóvil haciendo una
llamada á su memoria. i
De repente se acordó.
La escena á que había asistido
se retrató violentamente con to-
dos sus detalles, y llevó la mano
á sus ojos como para no ver.
Apenas hizo este ademán, sin-
tió alguien á su lado...
Tuvo la persuacion d« que al-
guien se inclinaba sobre el lecho
y la miraba...
* *
¿Quién era aquella persona?
No quiso saberlo.
La vida uolvía á ella, y ella no
consentía aún entrar en la vida.
Tenía miedo de los rostros qué
iba á eucontrar, y además necesi-
taba darse c. enta de la situa-
ción ...
Comprendía que la antigua An-
drea había muerto, y que ella e-
ra ya una persona distinta.
liemos dicho que lo compren-
día y es un error.
Lo sentía sin saber como; tenía
la certidumbre sin saber en qué
la fundaba.
-La persona que se había ineli
nado sobre ella, al ver sninnio-
vilidad y su silencio se alejosiji
ruido.
Sin embargo no salió de la es-
tancia; sentada ó de pié la seguía
contemplando.
Andrea lo sabía.
Era una tregua que le daban,
breve sin duda.
Después la interrogarían, ten-
dría (jiie contestar. . .
¿Qué decir? ¿qué hacer?
Andrea no estaba celosa de su
marido.
Jamás había amado al señor
Dalifroy, y ahora le causaba in.
vencible repugnancia.
En cuanto á la señora Severin,
le inspiraba reconcentrada ira.
Sabía que había sido víctima
de un odioso cálculo, y si el se-
ñor Dalifrov hubiera tenido una
%/
querida en otras circunstancias,
le hubiera sido indiferente.
Las caricias de su marido le
habían parecido una de las car-
gas del matrimonio, no de las
compensaciones.
La habían elegido por víctima,
la ridiculizaban en su honradez,
lialínn abusado indianamente de
su debilidad y d<* su aislamiento.
No era el marido quien la Iíí:-
bía elegido: la misma señora Se-
verin, que por la lev debía prote-
jerla, la había vendido á su a-
inante, par<i hacer de ella una es-
clava, pora arrojarle un pedazo
de pan negro como se le arroja á
un perro, y la miraban como á
una necia, como una muñeca, me-
nos aún. . . "la pequeña cero.M
Así la llamaba aquella mujer,
que voluntariamente, con preme-
ditación, le había rot ado vida y
hacienda para dárselas á aquel
hombre, á quien ella respetaba,
en cuyas virtudes creía, era el
hombre. . .que había visto.
¡Qué hipocresía tan odiosa!
Era un miserable que ensaya-
ba con ella un verdadero asesina-
to. . .el asesinato'del ser que ra-
zona, del corazón (pie siente, del
alma que aspira.
Le robaban su existencia, y
sin embargo, ahora lo sentía, te-
nía corazón, tenía vida...
¡Todo le había sido revelado!
¡todo lo había comprendido en
un momento!
El amor, la pasión, la vida. ..
La criatura ¡u« se había des-
vanecido trastornada j>or el es-
pectáculo de su vergüenza, de su
humillación, no había vueltoen sí.
La que se había levantado era
otrit-mujnr, mujer con voluntad,
con energía...
Su verdadera naturaleza, vela-
da hasta entonces, aparecía en to-
da su fuerza. ,v ■ /.
rrn —r i
El desprecio de los que la ro-
deaban, la di4 la conciencia de
su propio valer.
Sentíase con el derecho de vi-
vir, y el yugo que había sufrido
hasta entonces sin adivinarle, la
hacía sonrrojar.
Todo esto había concluido,
concluido por completo.
¿Pero qué hacer? ¿qué decir?
Permaneció inmóvil y con los
ojos a rrados durante un cuarto
de hora.. .Después los abrió y
se incorporó.
Entonces la persona que esta-
ba cerca de ella se acercó al lecho.
Andrea la miró y reconocio á
la señora Séverin-
Esta la miraba también, con
mirada singular, medio provoca-
tiva, medio inquieta...
or un momento aquellas dos
mujeres se miraron mudas, silen-
cios*
Athenais se decia:
—¿Qué sabe?. ¿cómo me reci-
birá? ¿debo afrontar la batalla?
¿debo huirla?
El silencio érale peuoso y mur-
muró:
—Mi querida Andrea, ¿cómo
os sentís í
—Bien.
—\ Nos habéis dado un susto!
—¿ Por qué?
-^Vuestro desvanecimiento ha
sido tan largo, que el médico ha
temido por vos y va á volver.
—¿ Desde cuándo estoy aquí?
—\I)esde hace dos horas. ¿Có-
mo estabais en mi casa/*
—Iba á veros, j No sois mi tu-
C
tora, mi mejor amiga ?
,—Sin jalda; pero como os en-
contramos desvanecida. . .
/—Una tontería de pensionista; *
no me volverá á suceder.
Athenais la miró con doble re-
celo.
El tono de Andrea le parecía
extraño, pero al mismo tiempo
sus palabras le tranquilizaban.
—¿Una tontería? ¿Qué que-
réis decir con eso?
—Que acababa de convencer-
me de que sois la querida de mi
mai ido —replicó fríamente An-
drea mirándola fjente á frente.
XXXII
-'-¡Yo!—exclamó la rubia A-
thenais dando un paso atrás.
Había palidecido, porque ha-
cía años que no sabía sonrrojarse.
—Esto es lo que yo temía—>>
pensó.
Pero no era mujer de perder la
cabeza al primer ataque.
—I Hija mía,—le dijo,—veo que
no habéis recobrado por comple-
to vuéstrds sentidos; tranquiliza-
os, volved en vos!
—Estoy perfectamente en mi
juicio y lo recuerdo bien.
—¡Habéis soñado! •
—N¡ No tal, he visto...
—¿El qué? Todo ha sido una
alucinación. Esto sucede muchas
veces á las mujeres nerviosas co-
mo vos, y débiles...
—De carácter. Decis bien; pe-
ro ahora bien sabtis que no me
he engañado.
'Yo no sé más que una cosa—
dijo ya reponiéndose la señora Sé-
verin,—que vuestra acusación es
falsa. Qierto que el señor Dali-
froy estalia en mi casa, como mu-
chas veces, como fuisteis vos,
potque no ignoráis \<m lazos de
amiatacLque nw unen y que vuea
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Pablo Cruz Y Cia. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 76, Ed. 1 Saturday, July 12, 1890, newspaper, July 12, 1890; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192887/m1/2/: accessed May 7, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.