El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 56, Ed. 1 Saturday, February 8, 1890 Page: 2 of 4
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r-\ Qué motivo ha podido guiai
vuestro brazo ?—repuso el juez.
—xSefior, no me interroguie*
mas por hoy, estoy débil, que-
brantada; tiempo tendreis de pre-
guntarme, y yo de responderos
cuando lo juzgue necesario.
Y, en efecto, después de un
primer esfuerzo de energía que
parecía haberla sostenido hasta
entonces, perdió de nuevo el co-
lor, como si fuera tí desvanecerse
otra vez.
-r-Esta señorita tiene razón,—
dijo vivamente el médico;—creo
prudente dejar el interrogatorio
para mañana.
—Con tanta mas raz< n—aña-
dió el juez para dejar tí salvo su
dignidad,—que oigo ruido en <1
salón contiguo; será el comisario
de policía ti (¡ilion he mandado ó
buscar. El se encargará de esta
jóven,y voy á tomar otras dispo-
siciones: es preciso saber quien
la ha traído aquí. . . .ya he dado
órden de (pie no saliera nadie <Je
la casa. . ■
Al hablar así lijó los ojos en
la? acusada, y tuvo Ja alegría de
verla inmutarse á causa «de algu-
na violenta emooion interior.
Este fué el primer triunfo de!
señor Dalifroy; pero guardóse
bien de hacer alarde de vanidad,
y di jóse, por el contrario:
¡Este en el punto débil! ¡El
nudo del negocio! . . .Vováocu-
O •
liarme de él inmediatamente.
En aquel momento la puerta
del gabinete se abrió, y apareció
el comisario de policía, seguido
ile algunos agentes vestidos c?e
paisano. ;, • *\„' -
Por la puerta entreabierta ve-
íase el salón casi desierto; aun-
que nadie liabia salido de la casa,
se habian refugiado en otros salo-
nes para evitar la vista del cadá-
ver, cerca del cual se hallaba la
señora Séverin, la camarera Ma-
it
ría y dos ó tres amigos íntimos
de la viuda, que habían querido
acompañarla en tan tristes cir-
cunstancias.
Oh aguardaba con impacien-
cia, señor Duseujetr—exclamó el
juez adelantándose liácia el comi-
sario, figura vulgar de cualquier
agente de policía, de mirada du-
ra y penetrante á la vez.
En cuanto me han avisado
he acudido—dijo enjugando su
frente empapada en sudor á con-
secuencia defi la precipitación con
que había salvado la distancia
que separaba su oficina de la ca-
sa de la señora Séverin.
Ya sabéis de lo que se trata,
un asesinato cometido en plenq^
baile.
—sHe visto el cadáver en la
pieza contigua.
►La víctima ha sucumbido...
¿la habéis examinado!
—Sí, señor; ya no respira.
—¡Pues ved el asesino!<—excla-
mó señalando á Inés, que liabia
vuelto á caer en la silla y conti-
nuaba con los ojos obstinadamen-
te cenados.* *
no pudo contener
asombrado de su gracia, de su
hermosura, de su exterior figo y
delicado.
—Y como se la ha cogido in-
fraganti—Prosiguió el señor Da-
lifroy,,—no hay necesidad de mas
órden para reducirla á prisión.
—¿Puede soportar su trasla-
ción'{¡—.preguntó el comisario di-
rijiéndose al médico.
—Sí, señor. Está débil; pero
en carruaje puede muy bien ser
conducida.
—Ya lo oís—depuso el inflexi-
ble juez.—A la puerta hay infini-
tos carruajes, podéis tomar uno.
—Señorita—.di jo el doctor in-
clinándose jil oído de la jóven,—
os van á trasladar á una prisión.
—¡Estoy pronta!—repuso la
joven abriendo los ojos.
A pesar de su aparente atonía,
lo había oído todo, lo había com-
prendido todo.
Mientras se levantaba, apoyada
en el brazo del doctor, el. Señor
Dalifroy había llevado aparte al
comisario,y le decía:
—\Ya he diiijido á la jóven el
primer interrogatorio, es inútil
repetirle; está muy débil, no quie-
re responder, aunque ha confesa-
do su crimen delante de testigos..
Se niegaá decir su nombre; ya
lo averiguaremos; pediré esta
causa, de la cual por casualidad
he empezado á ocuparme y tengo
curiosidad en proseguir.
Esto fué dicho con naturalidad,
como si nada de todo aquello le
interesase.
—I Entonces puedo llevármela
inmediatamente i
—Sí, después' de una nueva
confrontación con el cadáver; pe-
ro por simple fórmula, porque no
espero que el descuido ó la debi-
lidad nos la entreguen... .tiene
una energía incomprensible en su
edad. Quiero también averiguar
si alguien la conoce entre los con-
currentes ....Ponedla, pues, las
esposas, y sacadla á este otro sa-
lón, cerca de la víctima; haremos
pasar por delante de ella á todos
convidados, y veremos si alguno
puede guiarnos para establecer
su identidad.
—Es un medio lógico, en efec-
to—dijo el comisario; y volvién-
dose á sus agentes les hizo seña;
avanzaron hasta cerca de Inés, y
uno de ellos sacó del bolsillo una
cuerda fina.
i Qué es esto ? mumuró la jo-
ven,—¿ Qué intentan ?
"Van á sujetar vuestras ma-
nos—respondió el comisario.
La joven palideció y retrocedió
dos pasos.... después, viendo la
mirada del juez ¿lavada en ella,
se contuvo, tendió sus dos manos,
blancas, delicadas, incapaces al
parecer de la menor ofensa, y dijo:
—Tomad.
La cuerda rodeó sus dos mu-
ñecas.
-—¡Me hacéis daño!—murmuró
siempre sin alterarse.—¿Para qué
apretar tanto esa cuerda? No te-
máis, no tengo intención de huir;
no tendría fuerza tampoco
En efecto, las manos de la po-
bre niña se ponían cárdenas, y el
mismo comisario, movido á com-
•*4
pasión, exclamó:
—¡ No apéetela tanto!
Sujetas las manos dé la acusa-
da, se la biso pasar al salón con-
ó tres personas más, y se la
bruscamente delante del cad4vti|H
de Emilio Roujet, que en efeétoS
había exhalado el último suspiro.
A la vista del cuerpo ensan*
gsentado, láTJÓtffcñ se estremeció
próxima á caer... .pero hizo un <
esfuerzo heróico y se mantuvo en
pió.
✓—¿Reconocéis ála persona 6
quien habéis dado muerte?—pre-
guntó el comisario.
Sí.
—¿ Confesáis haberla herido
voluntariamente y con premedi-
tada intención?
—Sí.
—Está bien; basta por ahora.
El secretario de la comisaría,
sentado delante de una mesa, es-
cribía este interrogatorio.
El señor Dalifroy, silencioso,
no tomaba parte ettesta escena;
pero sus ojos no se apartaban de
la acusada, en quien parecía cau-,
sarsu mirada impresión profunda.
Y en cuanto á la señora Séve;
rin, verdaderamente trastornada,
no era dueña de decir una frase ni-,
de intentar el menor ademán.
Se hizo pasar á la jóven a¿ sa-
lón inmediato, y durante media'
hora todos los convidados fueron
desfilando por delante de ella...
sin que ninguno recordara haber-
la visto en parte alguna.
Varias personas se habian fija-
do en ella durante el baile: algu-
nos recordaban haberla visto mo-
mentos antes del crimen, pero
ninguno en otra parte. Nadie sa-
bía quién era.
Durante tan larga exhibición,
Inés tomó en su orgullo ó en al-
gún otro sentimiento interior, la
energía necesaria para no desfa**
llecer.
Más lívida que el muerto que
rej «osaba en la pieza inmediata,
no mostró ninguna debilidad
mientras duraba aquel largo cal- -'
vario, logrando imponer respeto
á aquella concurrencia malévola.
Se destacaban en su pálido ros-
tro sus grandes ojos negros, fran-
camente abiertos, contemplando
sin osadía, pero con rubor, los ,
grupos que por delante de ella
pasaban.
I Buscaba entre ellos un rostro
conocido ?
Tal fué la opinion del señor
Dalifroy, pero juzgó prudente no
manifestarla.
La joven por su parte no hizo
el menor ademán que pudiese ilu-
minar al juez de instrucción so-
bre este asunto; solo cuando hu-
bo concluido el desfile, cuando la
última persona declaró no cono-
cerla, tuvo un suspiro de desa-
hogo.
—¡Que la lleven inmediata
mente!—dijo el comisario de po-
licía.
—Y sobre todo,/—exclamó el
juez,—que se la tenga en la inco-
municación mas absoluta.
La prohibición de 'salir se le-
vantó; los convidados podían ya
partir, y cinco minutos despues
no quedaba eh casa de la sefior*,
Séverin mas que la duefia de 1*
casa, los criados y el señor
lifroy.
IV"'
Hemos dicho que lodo el
do había partido menos el
Dalifroy; mas no era así.
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Pablo Cruz Y Cia. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 2, No. 56, Ed. 1 Saturday, February 8, 1890, newspaper, February 8, 1890; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192868/m1/2/: accessed May 1, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.